jueves, 30 de junio de 2011 | By: Unknown

La última cacique en la tribu de los Catriel

 
La última cacique en la tribu de los Catriel
La historia de Bibiana García (Dughu Thayen) es un homenaje a todas las mujeres en su día. Un caso único dentro de las sociedades nativas donde la mujer cumplía un rol secundario en cuanto a las decisiones. No careció de firmeza a la hora de heredar el protagonismo de los caciques. Reina y fundadora, una mujer irrepetible. 
Bibiana y parte de su familia y tribu (1899), el día que le entregaron las tierras en Buenos Aires.

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Walter Minor / Especial para infoeme.com
www.historiasdeolavarria.blogspot.com
walterhistorias@gmail.com

Con motivo de celebrarse este martes 8 de marzo el Día de la Mujer, me propuse buscar dentro de la historia local a una representante de este género, cuyo ejemplo sirviera para homenajear en ella a todas las damas. La semblanza es real y poco conocida de una mujer admirable que vivió en nuestra zona y que por circunstancias que veremos más adelante debió asumir el liderazgo de la conocida tribu de los Catriel, evitando con su sagacidad y entereza el hambre y por consecuencia, la rápida desaparición de sus componentes.

Esta española, que fuera cautivada y llevada a los toldos desde niña, tuvo la posibilidad de reintegrarse a su sistema de vida primaria al ser rescatada por una partida militar, pero ella eligió regresar y seguir siendo india. Una decisión donde privó el amor hacia aquellos que le dieron afecto y un nombre en su lengua, por sobre la posibilidad de una vida más cómoda.

Si su determinación hubiese sido otra, hoy no estaríamos hablando de una Machi (curandera-médica) que al transformarse en cacica de manera fortuita, se erigió en la base fundamental para fundar dos colonias que se transformaron en ciudades.


La “Reina” Bibiana García (Dughu Thayen): una mujer irrepetible

En 1878, los caciques Catriel eran derrotados luego de tremendas luchas con la milicia. Superiores en armamentos y ayudados por el ferrocarril, el telégrafo y el aporte monetario de hacendados (que multiplicarían sus ganancias, luego de limpiado el desierto), el gobierno quitó las tierras (y muchas vidas), a los dueños originarios para entregarlas de manera “generosa” entre los hacendados y a cuentagotas al resto.

Marcelino Catriel cayó prisionero en julio de 1878, mientras que Juan José se entregó en el Fuerte Argentino (hoy Tornquist) en noviembre del mismo año. Ambos quedaron en calidad de prisioneros, situación que provocó el descabezamiento de la tribu.


Juan Jose Catriel. Cacique de Linaje que antecedió a Bibiana García.




De las aberraciones que se cometieron en la llamada “conquista del desierto” habría que hablar en otra ocasión. Fueron tantas que consumirían demasiado espacio y nos “iríamos por las ramas”, perdiéndose así el hilo conductor sobre el personaje que nos interesa. Pero resumiendo, podríamos decir que el destino de aquellos prisioneros se resolvió así: caciques y capitanejos enviados a la isla Martín García, hombres de la tribu a trabajo de zafra o como mano de obra barata en cualquier labor. Los niños entregados en subastas a familias adineradas de Buenos Aires, las jóvenes y adultas al servicio de las mismas personas y finalmente, los viejos ejecutados. Resta decir que los sacerdotes rebautizaron con nombres españoles para que fuese difícil el reencuentro de las familias y que todo esto ocurría a mediados de 1870. Por eso, cuando le digan que la esclavitud en Argentina se abolió en 1813, no tenga duda que eso fue solamente en los papeles.

Otros habitantes del desierto tuvieron mejor suerte y pudieron eludir el accionar militar, aunque a costa de quedar dispersos y errantes por todo el territorio nacional.

Al carecer de una conducción visible, el deambular de un lado hacia otro era constante y sin sentido, por eso cuando Roca realizó la expedición de 1879, al pasar cerca de Pichi Mahuida, el 21 de mayo, Manuel Olascoaga anotó en su diario de campaña: “pasamos tocando a nuestra izquierda las antiguas tolderías de Catriel... y fuimos a plantar carpas en el lugar llamado Abra de Catriel”, para luego, mas adelante, avistar a otro grupo de la misma fracción en General Conesa.

Allí se afincaba el segundo núcleo, que según el decreto fundacional decía: “pequeña población, compuesta de doscientas familias de indios y colonos”. Estos estaban asentados como colonia indígena de acuerdo al decreto de creación Nº 11.215 de 14 de febrero 1879, el cuál expresaba: “Considerando que la forma en que actualmente se atiende la subsistencia de los Indios y familias de la Tribu de Catriel, sometidos a la autoridad militar de Patagones... decreta: ...art. 2º Esta colonia se formará con los restos de la Tribu de Catriel y se denominará, Colonia General Conesa...”.

En base a ese pequeño contingente se fundó (en el Fortín General Conesa), sobre el río Negro, la colonia para una parte de los catrieleros. El gobierno debía suministrarles elementos para construir viviendas; semillas y útiles de labranza, mas el infaltable sacerdote que viviría con ellos para arrancarles su religión y convertirlos al catolicismo.

Poco duraron en ese sitio, porque una creciente en julio de 1880 los mudó a la margen sur del río Negro y es ahí dónde toma las riendas de la situación una mujer muy especial que en base a una fuerte personalidad, haría historia grande.

Bibiana García había nacido probablemente en 1849. Era hija de los españoles Florencio García (a quién apodaban “macho blanco”) y Petrona Flores.

Siendo aún muy niña, su padre fue muerto durante un malón y Bibiana, junto a su hermana Eufemia, fueron llevadas cautivas. Tan fuertemente asimiló las costumbres nativas, que cuando una partida militar las rescató, ella pidió regresar al lugar dónde se había aquerenciado y adoptando el nombre de Dughu Thayen, que en mapuche significa “cascada rumorosa”.

Con el transcurrir del tiempo, Bibiana adquirió una gran reputación entre los suyos y sus dotes de clarividente y sanadora la transformaron en la “Machi” de la tribu. Una “Machi” era una mezcla de bruja, vidente, curandera y doctora. Esta función era muy respetada en cualquier campamento nativo y no era la excepción dentro de la otrora numerosa tribu catrielera, arraigada por muchos años en las zonas de Azul y Olavarría.

La dama tuvo un hijo con Cipriano Catriel y al morir este (decapitado en noviembre de 1874 en Olavarría), enviudó y se casó con Juan Cortés.

En 1875, cuando los pueblos originarios se alzaron contra el gobierno en el llamado “Malón Grande” (porque abarcó toda la provincia de Buenos Aires), Bibiana estaba instalada junto a otros componentes en la laguna de Paragüil, sitio que aún debía ser demarcado por el agrimensor Alfredo Ebelot para destinarse a la tribu de Catriel.

Durante el apresamiento de los caciques Juan José y Marcelino Catriel, se establece en Río Negro y el 1878 el gobierno los titula como colonos en el Fortín Conesa.

La mencionada inundación de 1880 hace que busquen otra zona no inundable y desde ese momento empiezan las gestiones de Bibiana para conseguir un lugar digno dónde vivir.

Su aguda claridad mental funcionó rápidamente y comprendió que el tiempo del racionamiento y el intercambio de favores habían quedado atrás para siempre, y que si no encontraba enseguida la forma de adaptarlos a otras labores que le permitieran un medio de subsistencia, su pueblo desaparecería en un corto lapso.

Fue entonces cuando con gran entereza empezó su peregrinaje por cada uno de los toldos. Influenciaba a los indios y persuadía a los caciques, caciquillos y capitanejos para que evitaran la disgregación. Y esa persistencia tuvo sus frutos. El corolario fue una multitudinaria asamblea indígena, dónde la líder exhibió toda su capacidad de oratoria y liderazgo. Carismática y emprendedora propuso basarse en la unidad para presionar más firmemente sobre el gobierno argentino y conseguir la instalación de las familias desperdigadas en tierras aptas para el cultivo y la cría de animales.

Aunque algunos no aceptaron esta propuesta, el consenso fue bastante amplio y la cacica (a quién empezaron a llamar “Reina”), emprendió el viaje a caballo rumbo a Bahía Blanca con un séquito numeroso de su tribu. Desde esa localidad viajó en tren hasta Buenos Aires y una vez allí se dedicó a desarrollar su plan.

Aquel trabado lenguaje mapuche-español de Bibiana recorrió todos los despachos oficiales para hacer oír sus reclamos. Auténtica y valiente, clamaba ante los funcionarios por las promesas incumplidas de facilitarles tierras y medios de supervivencia.

“La reina”
quería parcelas de terreno apto y sin dueños para poder criar ganados, sembrar, pescar y cazar. Alegaba que de esa manera se podrían abastecer de casa, vestimenta y alimentos, pero exigía, además, que el Estado cumpliera con la palabra empeñada de facilitar los útiles vitales para que los colonos, pudieran organizarse laboralmente.


Escudo de Catriel, localidad que debe su fundación a la reina catrielera.

El problema era histórico. Los nativos pedían vivir en paz, “donde no fueran maltratados” (decía Bibiana), ya sea por quienes falsamente se adjudicaban la propiedad de los campos que ocupaban ellos, o por los arrendatarios. Lo descripto motivó que le sugiriera al Gobierno Nacional el traslado, como dueños, a “la costa Sur o Norte del río Colorado”, pero gobernador Tello, se negó terminantemente a la petición, proponiendo que se los ubicara en una fracción entre los ríos Negro y Colorado. Hecha la propuesta a Bibiana García, esta no aceptó por considerarlas no aptas.

En uno de los tantos expedientes rechazados “La Reina” decía que desde 1880 se había establecido “con una tribu de indígenas amigos y antiguos servidores del Gobierno Nacional compuesta de novecientos individuos de ambos sexos, más o menos, entre las márgenes de los ríos Negro y Colorado”. Formaban parte de la aquella tribu los caciques: Fermín Garro, Juan Centeno, Juan Cortés, Antonio Peña, Saturnino Molina, Mariano Guerra, Simón Rosas, José Arriola, Mariano Mercado, Félix Real, Ignacio Silva, Braulio Bustos, José Peralta, José Luca, Lorenzo Callupil y Florencio García.

Durante 16 años, repitió una y otra vez sus viajes a Buenos Aires, pasando por Azul y Bahía Blanca, para volverse inevitablemente con las manos vacías. Los largos viajes, el cansancio y la sordera de los funcionarios parecían no hacer mella en el espíritu de la cacica, que volvía periódicamente a pagar de su peculio cada largo peregrinaje para plantarse frente a las autoridades nacionales y hacer cada vez mas firme su reclamo.

Hacia 1896, el grupo comandado por Bibiana había evolucionado y poseían un número aproximado de 136.000 ovejas, 70.000 caballos y 2.000 vacas, habiendo registrado ella misma en 1893, una marca propia para el ganado de su propiedad.

Al fin, en 1899, un decreto firmado por Julio Argentino Roca expresaba lo siguiente:

“Art. 1º) Fúndase dos colonias pastoriles en el territorio de Río Negro, de acuerdo ambas con la ley del 2 de octubre de 1884 y decreto reglamentario de 7 de marzo de 1885 la una en las nacientes del río Valcheta, en el departamento de 25 de Mayo y la otra en el departamento General Roca, en los lotes: Nº 1, 2, 3, 8, 10, 11, 12, 13, 18, 19, 20 y la parte NMorte de los Nº 21, 22,23 todos de la fracción “A” de la sección XXV

Art. 2º) La primera de estas colonias se denominará “Valcheta” y tendrá ciento veinticinco mil (125.000) hectáreas de superficie y la segunda llevará el nombre de Catriel y ocupará igual extensión”

Art. 3º) El Ministro de Agricultura dispondrá la mensura, subdivisión y entrega de la tierra, previa la reserva de cinco mil (5.000) hectáreas, en cada colonia, en el punto mas adecuado para las necesidades futuras de la colonización agrícola y la formación de centros urbanos:

Art: 4º) Los indígenas que actualmente habitan los territorios de La Pampa y del Río Negro, serán preferidos al efectuarse la adjudicación de los lotes, siempre que se encuentren en las condiciones que exigen la ley del 2 de octubre de 1884;

Art 5º) Derógase el decreto de 4 de diciembre de 1889:

Art 6º) comuníquese y dese al Registro Nacional.

Firmas: Roca y Frers



Maqueta del Monumento a la Reina Bibiana.


Como podrá verse, esta mujer increíble, que estuvo afincada alguna vez en la zona de Olavarría, fue fundadora de la localidad de Catriel y sin temor a equivocarnos, podríamos decir que también Valcheta le debe a su esfuerzo la creación.

Fueron tantos los años de lucha y constancia, que aquel decreto la tomó por sorpresa y reaccionó con escepticismo. Al momento de darse a conocer el mismo, Bibiana García, Dughu Thayen, “La Cacica” o “Reina”, como quieran llamarla, estaba en Buenos Aires y recibía la visita de un periodista que quería fotografiarla, gestándose esta conversación:

- Venía a verla Da. Bibiana, para retratarla a usted y a la familia.
- ¿Detratar…? ¿y pa’ que?
- Para enseñarle al país quién es usted… y que vive.
- Quen está país?
- El gobierno.
- Ah…!Güeno… Mejor sería que darme mi la tierra pa’ mis indios… Nosotros dueños tierra no tenemos y lo gringo llenito.
- ¿Sí…? Ahora le van a dar.
- ¡Lindo tierra pa’ morir…! ¡Agüita nada!

Así se enteraba de su triunfo pacífico, luego de años de batallar y recorrer miles de kilómetros. Al fin sus indios tendrían el sitio propio que tanto buscó, aunque no serían nada fáciles los primeros tiempos en aquel terruño.

Siempre había algún oportunista que quería apoderarse de lo ajeno y recurría a la violencia para intimidar. El 5 de noviembre de 1902, a solo tres años del decreto firmado por Roca, la “Machi” se presentó en la comisaría de General Roca en el Territorio de Río Negro y realizó una denuncia contra el vecino y comisario de Peñas Blancas, Cristóbal Hervitt, y contra el sargento Mauricio Méndez.
Su hijo, Froylán Cortés, firmó la denuncia en el nombre de “Bibiana García, Reyna de las Tribus de Catriel”.

Los acusados habían quemado sus ranchos con todo adentro, incluso boletas de marca y guía de campaña. También habían robado unas riendas con pasadores y alguna que otra pieza de plata. Los acusados hicieron el descargo, amparándose en que los indios ocupaban la picada hasta el río Colorado, que eran sucios y que ellos no habían quemado más que osamenta y chilca.

La “Machi” era inquebrantable. Su fortaleza sin límites no carentes de astucia, le llevaron a organizar un servicio de inteligencia que la mantenía alerta a lo que ocurriera a su alrededor. Había elegido como jefe a un hombre de apellido Huaifil, una persona muy hábil y sagaz, encargado de suministrar información que permitía anticiparse a cualquier contingencia. Su lugarteniente era Rosa Niculpil, quién en ausencia de Bibiana tomaba el mando de la colonia.


Rostro sereno, temple de hierro. El fotógrafo de la revista.


Esta cacica gobernó la tribu durante treinta años y cuando sintió que la muerte acechaba, designó a un vidente pampa llamado Pedro Rojas, a quien le manifestaba que los dioses de su tribu lo habían elegido como sucesor de ella.
Según José Benigar, Bibiana (su tía abuela política) “ lo designó en los últimos meses de su vida como sucesor. El se resistía, lo que le costó el tullimiento de un lado. Porque es peligroso contrariar la voluntad de los dioses”

Tras una reunión, en la zona de Puelen (La Pampa) convocada por el cacique Baigorria la reina emprendió el regreso y al detenerse en la casa de su sobrino, Pedro Morales, que vivía al pie del “cerro negro” falleció repentinamente, el 30 de noviembre de 1910.
En ese mismo lugar, en medio del desierto y sobre la ladera de la elevación, fueron depositados sus restos, mirando al sol naciente con su caballo y riquezas.

El acta de defunción sentenció:

Acta número veintiuno: En Puelen, décimo quinto departamento del territorio Nacional de La Pampa Central, a primero de diciembre de mil novecientos diez. Ante mi, David Sánchez, jefe del registro civil:

Pedro morales, de cuarenta y siete años, argentino y domiciliado en este departamento en el paraje Cerro Negro declaró:

Que ayer a las cuatro de la tarde en el expresado domicilio falleció su tía Bibiana García
De enfermedad al corazón, según certificado de los vecinos Otto Obist y Daniel Chirino a falta de facultativo médico, archivado bajo el número de esta acta, y que era de setenta años, viuda, argentina, sin profesión, domiciliada accidentalmente en la casa en que falleció, hija de Florencio García y de Petrona Flores, ambos ya fallecidos. No ha testado.

Leída el acta la firmaron conmigo, por el exponente que manifestó no saber, Alberto Oliva de sesenta y tres años, soltero y el testigo Vicente Escudero de treinta y siete años, soltero. Ambos de este vecindario, quienes han visto el cadáver.
Puelen 1º de diciembre de 1910.

Bibiana García fue un caso único dentro de estas sociedades nativas donde la mujer cumplía un rol secundario, en cuanto a las decisiones. No careció de firmeza a la hora de heredar el protagonismo de los caciques, sino que podría decirse lo contrario.

A su muerte, el vacío que dejó fue de tal dimensión que la tribu terminó de disolverse definitivamente en poco tiempo.

En el año 2010, las autoridades de Catriel resolvieron colocar un busto en memoria de su fundadora, que ocuparía un lugar cercano al de José de San Martín. Un merecido homenaje a esta representante de primerísimo orden del género femenino.

La única “Reina” Argentina, la última cacique de la tribu de los Catriel.



Caciquue Juan Jose Catriel (Padre)

Indios Pampas
Cacique Cipriano Catriel
sábado, 18 de junio de 2011 | By: Unknown

A la Cacica Bibiana García la querían “más que a los perros” (circa 1890)

Entre los indios araucanos, cuando éstos aún señoreaban en el vasto “desierto” bonaerense, hubo un pequeño número de mujeres que se destacaron. Tratándose de sociedades tribales de fuerte contextura patriarcal y estándole reservado a ellas, en dichas comunidades, un papel subalterno, en el seno de los pueblos de lengua mapuche (puelches, pehuenches, huilliches, picunches y ranqueles) rara vez apareció una mujer ejerciendo roles de liderazgo, los cuales estaban reservados en exclusividad a los hombres, mejor dicho, a algunos pocos hombres elegidos por razones de estirpe clánica. No obstante esta evidencia de validez general, las crónicas del siglo XIX, anteriores a la gran campaña militar que los expulsó de la llanura pampeana, dan cuenta de casos puntuales de mujeres indígenas que supieron hacerse respetar y obedecer por sus congéneres, que llegaron a ser mentadas, incluso, en las poblaciones fronterizas y conocidas por los gobiernos “huincas” de la época.

Un personaje de estas características fue la China Luisa, india boroga de singular belleza física y de avasallante personalidad, que fascinaba a los varones de su raza al punto tal que, en varias oportunidades, miembros de tribus rivales habían intentado secuestrarla. La China Luisa, a mediados de 1820, vivía en Guaminí (oeste de la provincia de Buenos Aires), en la multitudinaria toldería a las órdenes del cacique Canjuquir, su amigo y amante. El renombre de la hembra llegó a la ciudad capital y el mismísimo gobernador Juan Manuel de Rosas le tenía especial consideración, por lo que le encomendó más de una misión diplomática orientada a pacificar la región en la que ella se desenvolvía con gran predicamento.

Hubo otras pocas mujeres, integrantes de la extensa nación araucana que lograron acceder a cierta fama y prestigio, como las madamas Antiguan y Lincon, radicadas en la Sierra de la Ventana. Pero, como se ha dicho, sólo fueron excepciones casi siempre asociadas a la autoridad y al respeto que imponía el cacique que generalmente era su cónyuge, padre o hermano. Es decir, que a estas indias más que nada se las recuerda porque ejercieron el rol de “primeras damas” al estar vinculadas por vía marital o sanguínea con el dueño genuino del poder tribal.

No es el caso de Bibiana García, cacica de los pagos de Azul, que supo imponerse en el mando a otros colegas masculinos al conquistar el corazón de sus compañeros, quienes la designaron “reina” de la tribu en circunstancias de adversidad extrema. A continuación consiguió que la indiada la secundara en sus iniciativas y que durante años le tributara una fidelidad a toda prueba. Sus datos de filiación se pierden en las brumas del tiempo. Como los indígenas no llevaban registros escritos, para reconstruir vida y genealogía de sus principales referentes se cuenta sólo con los testimonios orales de sus coetáneos, las más de las veces fragmentarios, contradictorios o interesados.

Hecha la salvedad, es probable que Bibiana García haya sido una cautiva cristiana, hija de un aventurero español radicado en el sur bonaerense que fuera asesinado por un malón, ocasión en la cual la niña (muy niña aún) habría sido arrebatada de sus brazos junto a su hermanita e internada en los toldos mapuches. Siguiendo esta hipótesis, parece ser que, si bien años después la huérfana fue rescatada por el Ejército, la ya por entonces mujer prefirió regresar al asentamiento donde había transcurrido su niñez. Otra versión no menos atendible sostiene que la cacica, india de pura raza, se llamaba Duguthayen y que era pariente directa de los Catriel, por varias generaciones soberanos de la comunidad indígena con asiento permanente en Azul, 

Olavarría y General Lamadrid.

Sea cual fuere su pasado, lo cierto es que siendo aún muy joven la García habría de convertirse en líder indiscutido de los indios “catrieles” que, a contramano de otras experiencias tribales sudamericanas, habían vivido en relativa armonía con los blancos y en conflicto frecuente con las demás ramas de la población autóctona. En efecto, esta parcialidad tuvo enfrentamientos virulentos con los feroces araucanos que respondían a Calfucurá primero y a su hijo Namuncurá después. Por ello, algunos estudiosos le atribuyen origen tehuelche y, por ello, profesando ancestral inquina hacia sus vecinos, los naturales de Arauco (Chile). En cambio, se integraron a las localidades de cultura europea que comenzaban a evolucionar en el centro de la región pampeana. Llegaron, incluso, a participar activamente en determinados sucesos políticos de la época, como la revolución cívico-militar de 1874 en la cual aportaron guerreros a la facción comandada por el general Bartolomé Mitre, sublevación por la que fueron duramente castigados por Avellaneda, a la sazón presidente de la República.

Dicho desencuentro con el gobierno nacional habría de arrojarlos en los brazos del indómito cacique Namuncurá que preparaba una gran invasión malonera, la cual se concretó en 1875 con un tremendo y masivo ataque a las principales ciudades del centro y oeste del distrito bonaerense. Fue de tal magnitud la devastadora incursión de los salvajes, con un costo superlativo en materia de reses robadas, pobladores asesinados, mujeres hechas cautivas, fortines y pueblos incendiados y producciones destruidas, que el plan defensivo e integrador, que llevaba adelante el ministro de Guerra Adolfo Alsina, se desmoronó desprestigiado en medio del clamor de la opinión pública que exigía de las autoridades una acción más decidida para acabar con el flagelo. Se impuso a partir de entonces la tesis extrema de los “halcones” –Roca, el primero de ellos- que consideraba que la única solución al grave problema indígena era el exterminio liso y llano o, cuanto menos, su destierro definitivo a la agreste y distante Patagonia.

De allí en más, fue en las últimas décadas del siglo XIX cuando la Conquista del Desierto, bajo el mando del general Julio Argentino Roca, concluirá con éxito demoledor. Como resultado de las avasallantes maniobras militares, las huestes de indios de pelea, que mantuvieron en vilo a la campiña bonaerense durante años, fueron diezmadas; la chusma (mujeres, niños y ancianos), acompañante inseparable de los temibles malones, fue desplazada de sus aduares tradicionales y obligada a huir a campo traviesa rumbo al sudoeste del país. La traza natural del río Negro será la línea demarcatoria impuesta por el Gobierno Nacional más acá de la cual no habría de quedar un solo indio sin liquidar o someter.

Entre 1879 y 1885 se concretaba la rendición y la desarticulación definitiva de las diferentes tribus araucanas hostiles que habían asolado durante más de dos siglos la llanura más extensa y fértil del planeta. Ahora, un enorme espacio de miles de leguas de tierras vírgenes (50 % de la provincia de Buenos Aires, el territorio de la actual La Pampa, el sur de Córdoba, de San Luis y de Mendoza) le abrían paso al arrollador empuje modernizador impuesto por la civilización blanca. La desarticulación del último reducto rebelde daba inicio a un proceso de transformación que vendría de la mano del ferrocarril, del telégrafo, de los agrimensores y topógrafos que se largaron a conocer y a medir el terreno liberado, de los primeros contingentes de inmigrantes que fundaban colonias agrícolas en “tierra adentro”, de los estancieros que expandían las manadas de ganado y del uso del alambrado, que habría de “cuadricular” la desolada planicie. Todo lo cual progresaba al amparo de la acción del Estado argentino, que extendía su soberanía e imponía la ley y el orden en todos los rincones de la Nación.

Al cabo de la campaña militar comandada por Roca quedaron algunos reductos rebeldes en las estribaciones de la Cordillera de los Andes y en los valles de los ríos Limay y Neuquén. Durante la primera mitad de la década de 1880, el general Villegas y su regimiento de intrépidos, acampando en la isla Choele-Choel (provincia de Río Negro) que fuera el centro neurálgico del tráfico de ganado robado por los malones, se dedicó a perseguir sin pausa ni piedad a las últimas indiadas sobrevivientes. Los caciques y capitanejos aún en guerra con los “huincas” (Baigorrita, Reuque Cura, Pincén, Namuncurá, Manquiel) fueron cayendo uno a uno. Algunos murieron en combate, otros fueron apresados y confinados en la isla Martín García, mientras que a sus seguidores los enviaron a levantar la zafra en el Noroeste, consiguiendo dispersarlos o asimilarlos de modo compulsivo. También hubo los que, cuando comprobaron que toda resistencia era inútil, se entregaron a las autoridades fronterizas. El último de estos jefes, el legendario Valentín Sayhueque, luego de vagar con su raleada tribu durante cinco años por la montaña y el valle de Chubut, hostigando a los milicos con audacia sin par, esquivándolos con astucia y habilidad memorables, el 1° de enero de 1885 se presentó con su hijo en el destacamento militar de Junín de los Andes ofreciendo su rendición y la de su aguerrida horda.

De este modo fue doblegada y finalmente repelida la invasión araucana que, proveniente de Chile, se iniciara a mediados del 1600 generando un profundo cambio en la composición demográfica y en el perfil económico del subcontinente americano, mucho antes de que la colonización española consolidara su dominio en la región austral. Los recios indios chilenos, cuando los conquistadores recién comenzaban a explorar la zona, se habían desplazado cientos de kilómetros de sus primitivos hogares cordilleranos en pos del ganado cimarrón y la abundante caza (guanacos, avestruces, venados) que proliferaba en la llanura pampeana. Con su accionar depredador llegaron a controlar un tercio del espacio físico argentino, sojuzgando y asesinando en masa a guaraníes, querandíes y borogas, los pueblos bonaerenses originarios (o, por lo menos de radicación sedentaria más antigua). Cuando mermaron las tropillas de ganado salvaje que constituían su principal sustento, fruto de la cacería y la matanza indiscriminada, se dedicaron a atacar salvajemente las explotaciones agropecuarias y las poblaciones rurales que habían ido surgiendo en la región luego de la fundación del Virreinato del Río de la Plata (1776). Vanos fueron los intentos, previos y posteriores a la Revolución de Mayo, para neutralizar este accionar vandálico que impedía la colonización productiva de tierras tan feraces y promisorias. Por su parte, la prolongada guerra civil, que enfrentó durante décadas a los argentinos entre sí, impidió que se asumiera el problema con políticas coherentes y perdurables.

Ahora, con el sometimiento de los últimos focos de resistencia india, concluía la contienda sangrienta y sin cuartel que duró más de doscientos años y que tuvo por protagonistas a dos razas y dos culturas antitéticas y diferentes entre sí, en particular por el grado de evolución que exhibía una y otra al momento de su brutal choque. La moderna Nación Argentina al triunfar sobre el indómito salvaje consolidaba su extenso acervo territorial y tomaba las riendas de una estratégica porción del país durante mucho tiempo denominada “desierto”.

En dicho contexto entró en acción Bibiana García, un personaje singula
r.

La “madam” (como solían llamar los indios a las mujeres que respetaban) era machi, es decir curandera de la tribu de los hermanos Catriel que, a fines de los años ´70, todavía ocupaban una toldería importante en Azul. Al cabo de la Campaña del Desierto, entre las familias y clanes de esta parcialidad reinaba la desmoralización, el desconcierto y el miedo a sucumbir de hambre dado que, como se ha señalado, el “sistema económico” de obtener provisiones de boca apelando a la rapiña malonera había sido desmantelado por las fuerzas militares. Por su parte, al desaparecer el peligro de nuevos ataques indios, los organismos estatales abandonaron la costumbre de distribuir entre los indígenas víveres, tabaco, yerba y aguardiente, procedimiento con el cual habían sobornado durante años a los caciques para mantenerlos a raya. Este circuito de productos subsidiados, que se entregaban en forma periódica, del lado indio promovía la indolencia y la molicie pero, además, del lado de la “civilización” blanca generó una gigantesca red de corrupción de la que se beneficiaban proveedores del Estado, pulperos, intermediarios y funcionarios de frontera. Muchas veces, este mecanismo prebendario adquiría ribetes de perversidad extrema cuando se negociaba con los indígenas el ganado rapiñado con violencia a cambio de la mercadería que enviaba el gobierno para ser entregada gratuitamente, tráfico inmoral y nefasto del que fueron cómplices comerciantes, políticos y militares radicados en la franja fronteriza.

Ambos métodos –el malón asesino y la dádiva tramposa- habían perdido viabilidad y la cacica García estuvo entre los pocos que lo comprendieron rápidamente. Tenía sólo 27 años cuando consciente de que su pueblo se extinguiría en poco tiempo si no encontraba un medio de sustentación, dio inicio a una perseverante campaña proselitista orientada a motivar a los indios con sus propuestas. Doña Bibiana, tenaz y decidida, luego de visitar los diferentes toldos aún subsistentes y de persuadir a cada uno de los caciques, caciquillos y capitanejos que conservaban algún poder de decisión en la vapuleada comunidad, consiguió convocar a una multitudinaria asamblea indígena de carácter pacífico, en la cual exhibió sus dotes de oradora y líder carismática. Allí, contando con el entusiasmo de los menos y afrontando el escepticismo de la mayoría, propuso iniciar una campaña para conseguir del gobierno argentino tierras para que se instalaran las familias indias desperdigadas y para poder desarrollar explotaciones rurales en su propio beneficio. El proyecto consistía, en definitiva, en integrar el mayor número posible de congéneres a las actividades productivas facilitándoles el ingreso a la sociedad moderna.

Una vez que logró un nivel aceptable de consenso a su “descabellada” idea, la cacica Bibiana García, acompañada de su fiel lugarteniente -la capitaneja Rosa Niculpil- y un numeroso séquito, emprendió el viaje a caballo rumbo a Bahía Blanca donde abordó el ferrocarril que la llevaría a Buenos Aires. Ya en la gran ciudad, en la media lengua castellana que hablaba, esta mujer se dio a conocer en los diferentes despachos ministeriales del Ejecutivo Nacional haciendo comprender sus demandas, las cuales no eran otra cosa que reclamar el cumplimiento de promesas realizadas por los funcionarios con anterioridad y que jamás fueron efectivizadas. Los indios, al decir de su vocero femenino, querían la posesión de parcelas de terreno apto y desocupado que les permitiera desarrollar tareas agrícolas, ganaderas, de caza y pesca de modo de proveerse del alimento, de la vestimenta y de la vivienda que el fin de la “guerra al huinca” les había privado. Exigía, además, que el Estado se comprometiera a facilitar los útiles y enseres necesarios para organizar colonias indígenas que habrían de comenzar a funcionar en poco tiempo, si se aprobaba la iniciativa de doña Bibiana.

Diez años peregrinó la cacica de toldería en toldería, de Azul a Bahía Blanca, de Bahía Blanca a Buenos Aires y de vuelta a las tolderías, siempre con las manos vacías, a dar explicaciones tratando de evitar que el desaliento cundiera entre sus acólitos; otra vez a la bulliciosa capital a golpear las puertas de las oficinas públicas, a presentar reiterativos petitorios, a solicitar audiencias con legisladores y subsecretarios, a tratar de interesar a la prensa, etcétera. Fue en una de estas visitas itinerantes que, gracias a un periodista que pretendía tomar fotografías de la cacica y de su séquito para publicar en un periódico, ésta se enteró de que sus innumerables gestiones no habían caído en saco roto, dado que el Poder Ejecutivo Nacional acababa de dictar un decreto (fechado el 19 de junio de 1899) firmado por el Presidente de la República, por el cual se resolvía fundar dos colonias pastoriles en los valles de los ríos Negro y Colorado. Según parece, Bartolomé Mitre, un viejo amigo de los indios catrieleros, habría presionado a favor de la medida.

Pasarían todavía unos cuantos años más antes de que se concretara la fundación de los asentamientos –denominados Catriel y Valcheta- que fueron el resultado de la perseverante gestión de doña Bibiana García, razón por la cual su nombre figuraba en el mencionado decreto oficial. En dichas poblaciones se instalaron los contingentes indígenas que, luego de la fulminante Campaña del Desierto, vagaban sin rumbo y sin medios por las desoladas planicies pampeano-rionegrinas. La jefa supo organizar sendas comunidades que, si bien funcionaron padeciendo graves carencias materiales, especialmente porque las tierras asignadas eran de bajo valor productivo y porque el gobierno no atendió los requerimientos de asistencia que había comprometido, significaron un nuevo horizonte de expectativas para una raza que, de lo contrario, estaba condenada a declinar de modo inexorable.

Duguthayen -es decir, Bibiana García- gobernó cerca de tres décadas con mano firme la modesta comunidad aborigen asentada en la lejana localidad de Catriel, donde los indios aplicaron sus antiguas habilidades, tanto agrícolo-ganaderas y de cultivos de quinta como en el desarrollo de labores artesanales (tejidos, alfarería y cestería). Ella murió en 1919 en Puelén, provincia de La Pampa, mientras participaba de una convención de jefes mapuches. La enterraron con las prendas e insignias que exteriorizaban su prominente rango, junto a su caballo, que fue sacrificado para la ceremonia mortuoria siguiendo el rito ancestral. En la ocasión se le tributaron los honores correspondientes a un cacique de máxima jerarquía y prestigio. De esa manera concluía, sin dejar herederos de nivel similar, la dinastía de los Catriel cuyo liderazgo perduró durante cien años.

A partir de entonces, la decadencia y la disgregación de la tribu fue inevitable, disolviéndose el poblado indígena entre 1930 y 1935. Las causas de este final hay que atribuirlas, en parte, a la falta de una conducción enérgica y visionaria que motivara a la gente, que combatiera la atávica mentalidad predominante entre los aborígenes y que mantuviera la unidad de las pocas familias subsistentes; en parte, porque los especuladores inmobiliarios y algunos funcionarios venales habían limitado de modo ostensible la disponibilidad de predios cultivables con que contaron al principio los naturales beneficiados por el decreto oficial; en parte, también, porque en el año 1959, a muy pocos kilómetros del asentamiento, se descubrió petróleo, hecho de notable trascendencia económica que habría de convertir a Catriel en una de las ciudades más ajetreadas y ricas de la República Argentina.

Araucanos y tehuelches jamás imaginaron que, bajo el suelo que pisaron las patas de los caballos que montaban durante las cacerías y los malones, se escondía la que sería la riqueza más apetecida por la sociedad del siglo XX, el codiciado combustible líquido que catapultó la segunda Revolución Industrial a nivel planetario. Ellos se demoraron en su estrecho e inviable mundo neolítico, incapaces en primer lugar, de revertir la propia involución histórica acaecida en las dos centurias previas: de agricultores sedentarios avanzados retrocedieron a la condición de cazadores y recolectores nómades. En segundo lugar, ya habían sido derrotados cien años antes de que se abriera el primer pozo de petróleo en la región cuando el fusil Remington, el revólver Smith&Wesson y la estructura organizativa del Ejército le ganaron la guerra a la elemental sociedad tribal, a las rudimentarias lanzas de tacuara y boleadoras de tiento y piedra. Desde aquel momento, nada pudieron oponer al avance incontenible de la civilización productiva de corte occidental. Similar efecto les deparó tiempo después el uso generalizado de la energía eléctrica, de la telefonía y de los nuevos medios de transporte, la consiguiente proliferación de carreteras, autopistas y puentes, la masiva difusión de redes de comunicación y el desarrollo de trepidantes y modernas urbes que modificaron la antes abúlica vida rural hasta los confines del planeta.

El noble intento de Bibiana García, aislado, extemporáneo y huérfano de apoyo, había fracasado. No obstante ello, los miembros dispersos del sufrido pueblo mapuche aún veneran su memoria y recuerdan con nostalgia aquella gestión en pos de la dignidad y del progreso grupal. Como suelen decir los más ancianos de la colectividad aborigen: “a ella la querían más que a los perros”; expresión que, dentro de la brutal crudeza y singular escala de valores que implica, evidencia el enorme afecto y el gran respeto que sentían por la desaparecida cacica catrielera.


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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS

Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la investigación histórica fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía consultada:

· Aizen, Liliana: “La guerra del Desierto” ; Tam Muro (web), 1995.
· Barros, Álvaro: “Fronteras de las Pampas del Sur”; Hachette, Bs.As., 1975,
· Prado, Manuel (Comandante): “La guerra al malón”; Eudeba, Bs.As., 1960.
· Cuadrado Hernández, C.: “Bibiana García, una cacica con agallas”; Abril, Bs.As., 1988.
· Gutiérrez, Eduardo: “Croquis y siluetas militares”; Eudeba, Bs.As., 1960.
· Mansilla, Lucio V.: “Una excursión a los indios ranqueles”; Cedal, Bs.As., 1967.
· Punzi, Orlando Mario: “Una epopeya argentina: conquista del desierto”; Abril, Bs.As., 1988.
· Rex González, A. y Pérez, J.: “Argentina indígena, vísperas de la Conquista”; Paidós, Bs.As., 1972.
· Sarramone, Alberto: “Catriel y los indios pampas de Buenos Aires”; Biblos, Azul, 1993.
· Zeballos, Estanislao: “Viaje al país de los araucanos”; Solar, Bs.As., 1994.


Reinas de la Patagonia


El 5 de noviembre de 1902 a las cinco de la tarde se presentó en la comisaría de General Roca en el Territorio de Río Negro una mujer alta de porte soberano. Tenía la cara gastada por el sol y mirada escéptica. Sobre su vestido de percal oscuro cubierto de polvo y tiempo relucía un collar de plata testigo de antiguas riquezas. Con tono monocorde presentó una denuncia contra el vecino y comisario de Peñas Blancas, Cristóbal Hervitt, y contra el sargento Mauricio Méndez. Froylán Cortés, su hijo, firmó la denuncia en su nombre: Bibiana García, Reyna de las Tribus de Catriel.
Los hombres acusados habían llegado y quemado sus ranchos con todo adentro, boletas de marca y guía de campaña. También habían robado unas riendas con pasadores y alguna que otra pieza de plata. Los inculpados adujeron en su descargo que los indios ocupaban la picada hasta el río Colorado, que eran sucios y que ellos no habían quemado más que osamenta y chilca.
Dos años antes Roca había firmado un decreto por el cual se creaban dos colonias pastoriles: Catriel --cerca de la margen sur del río Colorado-- y Valcheta --hacia el centro del territorio de Río Negro-- para concederles tierras preferentemente a los indios catrieleros. Ese decreto se había iniciado con un pedido realizado ante el Ministerio de Agricultura por la cacica Bibiana. Cuatro años de viajes constantes le habían demandado obtener esa firma. Al momento de hacerse público el decreto, un periodista de Caras y Caretas entrevistó a la india que estaba en Buenos Aires y escribió: "sin fuerzas de hombre ni encanto de mujer se hace obedecer por novecientos indios fuertes y grandes, débilmente auxiliada por su marido que ejerce autoridad refleja, algo así como un príncipe consorte". Bibiana debió de haber imaginado que la firma del Presidente Roca era suficiente y que allí terminarían sus penurias. Sin embargo no fue así. Las colonias se mensuraron y, al momento de repartirse los lotes, no hubo ningún pedido formal por parte de los catrieleros, vaya a saberse por qué.
El origen de Bibiana era incierto; para algunos era una cautiva, para otros una india. Cualquiera hubiera sido su origen, ella vivía y sentía como india. Mucha gente pensaba que fue una de las mujeres del apuesto cacique Cipriano Catriel, quien pretendió civilizar a su gente por la fuerza y fue por eso asesinado por su hermano. Otros, que fue esposa de uno de sus hijos. Pero no son más que deformaciones de la verdad para explicar su poder.
Después de la muerte de Bibiana García en 1919 la tribu se desintegró. Ella fue enterrada en el cerro Tralma en La Pampa a donde había ido convocada por el cacique Baigorria. Fue inhumada frente al sol naciente con su caballo y sus riquezas. 
Fuente: pionera.8m.com-Reinas de la Patagonia
lunes, 25 de abril de 2011 | By: Unknown

1° FIESTA DEL PETROLEO 74 (1ª Parte)

Feliz Día de Petroleo CATRIEL EN EL 74 (1ª Parte)






Primera parte:

Un domingo, 20 de noviembre del año 1974. Se festejo en Catriel la primera fiesta provincial del petróleo.
Cuando las calles eran de tierra.
Cuando la Av. Roca se llamaba Juan Domingo Perón, la chaco era la calle Bolivia y la Sarmiento…!che Ángel ¡ ¿como se llama hoy esta calle?
Si hemos caminado por estas calles, dejando los rastros de la zapatillitas Flecha y pampero.
Aquí les dejo 11 de 22 hojas escaneadas del programa, de esta primera fiesta del petróleo.